Entre los días
10 y 12 de noviembre tuvo lugar el décimo entrenamiento de la Sociedad
Ebropescadores en el escenario deportivo del Embalse de Valdabra, un pequeño
embalse acotado cerca de Huesca. La predicción del tiempo auguraba frío y mucho viento: ¡perfecto!
Era para
nosotros un escenario desconocido. Sabíamos que no era un sitio de peces
récord, pero que llamaba la atención por su belleza y la nobleza de sus peces.
El viernes por la mañana nos reunimos a la entrada de Huesca José Ramón, Pedro,
Alin y Antonio, que encontramos el camino en caravana. Una vez en el embalse,
que estaba completamente vacío, decidimos ir a la orilla con más vegetación. La
recorrimos andando y comprobamos que era cómoda para estar todos juntos en
feliz comunidad, incluyendo a los pocos ebropescadores que vendrían más tarde,
como Orlando. Los elegantes José Ramón y Pedro, que abrían la expedición, nos
permitieron elegir el puesto, cediendo el puesto más amplio para dejar los dos
coches, y que a la postre resultó también ser clave para encontrar los peces.
Era media mañana
y hacía un sol estupendo. Estuvimos sondeando con la boya y comprobamos que el
embalse era un plato, más profundo hacia la derecha. En nuestra zona llegábamos
a una profundidad de cinco metros y pico. Como pensamos que los peces estarían
en la zona más profunda, decidimos cebar un poco para atraerlos a nuestro
puesto. Así, cayó al agua una mezcla de boilies, pellets y micropellets, comida
de perros y semillas, de las cuales era casi todo maíz bien fermentado y un
poco de semillas pequeñas, también muy fermentadas (ummmm…). Los boilies eras
caseros con base de pescado, en 20 mm. y buena parte de los mismos cortados por
la mitad. Llevaban en una especie de remojo tres días, lo que había hecho que
se ablandaran y que olieran mucho. El remojo, también casero, era un batido de
atún en aceite de girasol, sal, azúcar, esencia de vainilla, un poco de remojo
comercial picante y cayenas trituradas, así como un poco de agua para facilitar
que tuviera la consistencia para remojar las bolas. Guardamos también un bote
de este remojo para la sesión, que echamos a la mezcla descrita.
La zona cebada
fue amplia: una línea que unía los dos puestos, donde irían dos de nuestras
cañas. Otra, la lanzamos más cerca de la orilla y la otra completamente fuera
del cebadero. La idea esta vez era tener un cebadero de acción rápida para
atraer, pero, sobre todo, mantener comida en el cebadero, pues pensamos que los
peces no se animarían a comer hasta al día siguiente. No vimos apenas saltos ni
nada que invitara a pensar que los peces estaban activos. Y por la tarde cambió
el tiempo, que ahora traía mucho viento y una bajada muy importante de las
temperaturas. También trajo un zorro hambriento, que se zampo en dos sentadas
el cebado que dejamos en un cubo: primero se comió los boilies y luego, las
semillas. Luego visitó a Orlando para el postre, y dio buena cuenta de las
salchichas de un bocadillo, del que dejó el pan, el muy sibarita.
A la mañana
siguiente, preparando la cafetera al romper el día (¡qué grande es este
momento!), se vio algún salto y daba la sensación de que los peces se habían
despertado un poco. Confiados en que el cebadero hubiera hecho su trabajo,
decidimos cebar un poco para excitar el instinto de alimentarse. Echamos unas
cuantas bolas de engodo. Y a la media hora o así después, tuvimos la primera
picada. Esta nos dio una gran alegría, pues confirmaba que los peces se habían
activado.
Así, volvimos a
cebar ligero con la primera mezcla, intentando fijar los peces en el pesquil. Y
hubo al par de horas otra picada. Luego, Alin nos preparó un caldero de
costilla de cerdo y patatas, que nos reunió a todos en torno al mismo y una
ensalada y vinito que trajeron los compañeros, amén de postres y cafés. La comida
se interrumpió con una picada en las cañas de Alin, que fue un pez muy bonito y
el mayor hasta el momento de la sesión. Los peces comían boilies dulces y
salados indistintamente, en fondante.
A los postres,
vino la Guardia Civil. Nos alegró doblemente: el sitio está vigilado y
amablemente nos desearon suerte, después de comprobar que todos los papeles
estaban en regla. La tarde fue de mucho frío y viento, perfecta para ver
películas de miedo en la tableta. Con tantas horas de oscuridad, fue un auténtico
maratón fílmico: dos documentales de pesca, dos películas de zombies y trece
capítulos de una serie…
Al amanecer,
hubo una picada en las cañas de Antonio. Fue el mayor pez de la sesión, de
5’750 kg., que vino enganchada a una rama y una línea con una cucharilla enorme
dentro de la boca del pez. Tuvo suerte de ser pescada esa carpa, pues no sin
mucho esfuerzo conseguimos quitarle las ancoras clavadas y curarla con
antiséptico.
Aún hubo tiempo
para otra picada, que fue la última, en las cañas de Alin, pero este le cedió
sacar el pez a José Ramón, que pasaba por allí. Un bonito detalle. En total,
cinco peces en nuestras cañas, y ninguna picada en las del resto. Está claro
que los peces se movieron por nuestra zona, y que el sitio es más importante
que el pescador. El próximo día, José Ramón, Pedro, elegís primero vosotros.
Gracias. ¡Larga vida al carp, weys! (¿Adivináis qué serie vimos durante doce
horas?).
Alin y Antonio
Mis 2 webs (sin publicidad) pueden interesar a ustedes: yofrenoelcambioclimatico.blogspot.com (MENOS es MEJOR) y plantararboles.blogspot.com, un manual para reforestar, casi sobre la marcha, sembrando semillas de árboles autóctonos en zonas deforestadas, baldías, más o menos cercanas al lugar de su recolección. Salud. José Luis Sáez
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